Sin lugar a dudas, uno de los mayores placeres de la vida es comer, las calles del mundo entero ofrecen a los turistas y habitantes los platos más exquisitos. De esta manera la experiencia y el disfrute de viajar y pasear se convierte también en un recorrido y descubrimiento por los sabores y aromas característicos de cada lugar. En las calles, de la mano de vendedores ambulantes, entre el olor a humo de leña o al aceite frito, entre el bullicio de los transeúntes, la música, las risas, el asfalto y el resplandor de las luces artificiales se vive el verdadero placer de la comida autóctona y lo mejor de cada lugar, la verdadera esencia de la gastronomía.
El corazón de la cultura gastronómica de un país está en las calles. La mejor forma de conocer la gastronomía de un lugar es por su comida callejera, su ventaja, mas allá de su sabor tan característico, es sin duda, sus precios, la rapidez del servicio, donde se da una estrecha relación y un trato directo entre el cocinero y el comensal, y donde el proceso de elaboración de tu comida es frente a tus ojos, bien sea en carritos, camiones, casetas, puestos de mercado, ferias, fiestas, restaurantes improvisados o pequeños establecimientos fuera de las rutas habituales de los turistas, son sabores de otra galaxia, es algo fuera de este mundo, es para hacer esa típica exclamación: tiene un no sé qué, que lo hace divinamente celestial, la gran mayoría de estas comidas deben ser patrimonio cultural y gastronómico del mundo, y aunque no son necesariamente los platos típicos o representativos de cada gastronomía y quizás no se conocen fuera de sus fronteras, son la esencia de sus calles y pueblos, y entre sabores y aromas tendrían que construirles un monumento. Es todo un disfrute pleno para las papilas gustativas. Los manjares más exquisitos se encuentran en las calles.